martes, 21 de febrero de 2017

Putin, el patrón del mal Putin, el patrón del mal

Putin, el patrón del mal 

(Nacionalismo Católico NGNP)

Putin aplica en última instancia la estrategia de dividir para reinar, e intenta hacer prevalecer los intereses rusos frente a un Occidente que demasiadas veces le impuso a Rusia sus tiempos, sus formas y su dinámica política. Desde éste lado del mundo puede señalárselo como “patrón del mal”. Pero en otros sitios del planeta es considerado un líder digno de respeto y admiración. La realidad debe estar situada en algún punto intermedio, pero como sucede con todo líder político, despierta amores y odios.


Todo hace pensar que Vladimir Putin, en su afán de preservar los intereses de su país -y los suyos propios- está llevando la manipulación política a través de ciberataques hasta límites nunca antes vistos.
En los Estados Unidos se le endilga haber intervenido para favorecer a Donald Trump en las elecciones presidenciales y perjudicar a Hillary Clinton, su enemiga declarada. Los escándalos por los vínculos entre funcionarios del nuevo gobierno estadounidense y su par ruso, representan un dolor de cabeza cotidiano para Trump.

Pero ahora se suma Francia, donde el jefe de Estado, François Hollande, expresó su decisión de blindar el país contra ciberataques rusos que pudieran alterar el proceso electoral, que culminará con las presidenciales del 23 de abril y, eventualmente, con el ballotage previsto para el 7 de mayo.



Cabe preguntarse entonces en qué consisten esos intereses que motivarían a Putin a influir como nunca antes en la política occidental.



¿Qué pretende Vladimir?



En tantos años ejerciendo el poder, Putin aprendió de los intentos occidentales por influir en la política rusa. Tomó nota especialmente de las tentativas de injerencia estadounidenses durante el gobierno de Barack Obama y, concretamente, cuando Hillary era secretaria de Estado. En aquel entonces, Clinton articuló distintos medios para influir en las elecciones rusas en contra de Putin. Pero la venganza no es el motivo -al menos no el único- que llevó al presidente ruso a operar como lo está haciendo. Putin apunta a invertir la dinámica por la cual Occidente -léase los Estados Unidos y la Unión Europea (UE)- históricamente buscaron limitar el crecimiento de Rusia. Ya se trate de un temor genuino o de la construcción de un enemigo conveniente, “los rusos” aparecen en el imaginario occidental como una reedición de “los hunos” que invadieron Europa de la mano de Atila. Posiblemente el origen de ese temor occidental se encuentre en la revolución bolchevique de 1917 y la aparición de la Unión Soviética y el comunismo, con la posterior división maniquea del mundo en dos polos enfrentados. Lo cierto es que, desde la Segunda Guerra Mundial, Rusia fue cada vez más demonizada -a veces con razón y a veces sin ella- y sirvió para atemorizar por igual a estadounidenses y europeos, y justificar así la manutención del fabuloso aparato militar de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).








Occidente blandió desde escudos antimisiles contra eventuales ataques rusos, hasta incorporaciones a la OTAN y a la UE de países que pertenecían a la esfera de influencia del Kremlin. Fue así hasta 2013, cuando Putin aplicó un torniquete en Ucrania. La crisis en ese país consiste esencialmente en el límite que Rusia le impuso al avance occidental sobre su esfera de influencia.



A partir de entonces, Putin parece haber pasado a una suerte “contraofensiva”. Éste argumento se funda en la interpretación de tres hechos principales. El primero, fue la anexión de Crimea, pasando por alto el derecho internacional y la voluntad popular del pueblo ucraniano en su conjunto. La anexión de la península significó que Rusia no abandonaría su presencia estratégica en el Mar Negro, donde se encuentra la mayor base de su marina. El segundo, fue el ingreso ruso en el conflicto sirio y en la guerra contra el Estado Islámico (ISIS). El hecho supuso el sostén de su aliado, el presidente sirio Bachar al-Asad, y de los puertos sobre el mar Mediterráneo donde recala su flota, además de un combate firme contra el autoproclamado califato, que representa un problema ideológico concreto para Rusia, dado que buena parte de su población profesa el Islam. Pero simultáneamente, la participación rusa en el conflicto sirio supone un límite a la injerencia occidental en Medio Oriente y a la intención de extender la denominada “primavera árabe”.



El tercero, son los ciberataques impulsados desde el Kremlin. Esos ataques son el eslabón final de una política de inteligencia que los rusos saben desplegar eficientemente y que quizás sólo sea igualada en el mundo por la inteligencia británica. Hasta ahora, nadie -ni siquiera la CIA- pudo probar que los ataques procedan del gobierno ruso. Las investigaciones llegan solamente hasta hackers aparentemente particulares. Putin fue el último jefe de la KGB, la agencia de inteligencia soviética, y sabe bien como ocultar evidencia. Cabe asimismo preguntar ¿el gobierno ruso es el único que utiliza esta metodología? La respuesta es no. Pero evidentemente sabe utilizar la filtración informática de información mejor que otros gobiernos.



¿Por qué los blancos son los Estados Unidos y Francia?



La relación entre Putin y Obama fue mala o -más bien- pésima. Una victoria de Hillary Clinton en las presidenciales hubiera significado la continuidad de esa relación y una política agresiva de los Estados Unidos no tanto de manera directa, como a través de organismos multilaterales. Clinton hubiera impulsado una fuerte presión militar de la OTAN sobre Rusia, sanciones de la Organización  de las Naciones Unidas y presión económica y comercial de la UE. La llegada de Donald Trump al poder no asegura una relación idílica pero abre la expectativa de vínculo cordial entre ambos mandatarios toda vez que ambos tienen un afán similar al momento de acumular poder. Además, ambos visibilizan un adversario común: China. Los rusos recelan de un país competidor en lo económico y comercial con el cual comparten una frontera de 4195 kilómetros sobre la cual China ejerce una presión demográfica descomunal. Los estadounidenses también recelan de China por la competencia económica y comercial y por el avance geoestratégico del país asiático en todo el mundo. China es demás el principal tenedor de bonos de la deuda externa estadounidense. Para colmo, la industria militar china le disputa poder tanto a los rusos como a los estadounidenses.



Además de lo expresado, Putin está aprovechando la desconfianza reinante entre el presidente Trump y sus servicios de inteligencia.








¿Y Francia? Allí hubo reiteradas acusaciones del equipo de campaña del candidato del centroizquierda, Emmanuel Macron, que denunció múltiples ataques cibernéticos contra el líder del movimiento En Marcha. Solamente en enero ascendieron a 2 mil. Macron ocupa actualmente el segundo lugar en intención de voto de los franceses con un 20 por ciento, pero aparece como favorito para ganar el ballotage el 7 de mayo. Para el presidente Hollande, la amenaza de una desestabilización con ciberataques parece calcada de las acciones cometidas en el proceso electoral presidencial de los Estados Unidos. En este caso, todo parece indicar que los ataques intentarían favorecer la candidatura de Marine Le Pen, del ultraderechista Frente Nacional (FN). Su programa electoral reniega de la OTAN, es antieuro en lo económico y hostil a la UE. Dicho de otro modo, la  propuesta del FN y su candidata Le Pen coincide con los intereses estratégicos del presidente ruso.



Putin aplica en última instancia la estrategia de dividir para reinar, e intenta hacer prevalecer los intereses rusos frente a un Occidente que demasiadas veces le impuso a Rusia sus tiempos, sus formas y su dinámica política. Desde éste lado del mundo puede señalárselo como “patrón del mal”. Pero en otros sitios del planeta es considerado un líder digno de respeto y admiración. La realidad debe estar situada en algún punto intermedio, pero como sucede con todo líder político, despierta amores y odios.