lunes, 11 de mayo de 2015

ANTICIPO DE LIBROS : El libro negro de INADI o la Policía del Pensamiento Por Cristian Rodrigo ITURRALDE

 ANTICIPO DE LIBROS
 Cristian Rodrigo ITURRALDE
El libro negro de INADI o la Policía del Pensamiento
 Publicado Por Revista Cabildo Nº 112
 Meses Marzo/Abril de 2015- 3era,Época

 LA Policía del Pensamiento, en la afamada novela de eorge Orwell "1984", es una organización policial del Estado totalitario colectivista de Oceanía, creada para vigilar y orientar el pensamiento y la acción de cada uno de los ciudadanos; y abocada a implantar un cierto "Pensamiento Único" que facilite el control, la centralización y el sometimiento de la población. Entre sus múltiples atribuciones se cuenta la de perseguir y arrestar a todo disidente que cuestione los postulados del Régimen (considerados dogmas) y/o a su líder.
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Asimismo, Orwell novela cómo el Estado ha logrado controlar gran parte de la sociedad mediante el miedo: el miedo como recurso de manipulación, inventando —a tal fin— múltiples amenazas externas; en el caso de "1984", se fabuló que despiadadas naciones enemigas pretendían invadir, exterminar y sojuzgar brutalmente a los ciudadanos. La presión ejercida sobre el individuo es tal, que —de tanto en tanto— surge algún temerario ánimo levantisco que, irguiéndose, cuestiona la versión oficial del régimen; reacción que el sistema detecta y detiene en forma inmediata.
Una vez confinado en la cámara de tortura, el presunto infractor es sometido a una serie de castigos donde debe confesar sus "pecados de pensamiento" contra el Gran Hermano y el Nuevo Orden, propuesto por él. Si el sujeto manifiesta aún signos de resistencia se lo destina a la tétrica Habitación 101, donde el objetivo ya no es extraer información o provocar la confesión de los "delitos" sino quebrar completamente a la persona: física, mental y espiritualmente; y ésto, mediante una letal y estudiada combinación de torturas físicas y psicológicas. Esta suerte de "lobotomía" pretendía modificar las categorías mentales y la voluntad del sujeto, buscando sustituir la indiferencia y/o disconformidad pasiva —manifestada inicialmente— en colaboración activa con el régimen.
La Policía del Pensamiento rige cada aspecto, público y privado, de la vida cotidiana de los ciudadanos, valiéndose para ello de una omnímoda y bien provista fuerza de seguridad, así como también de distintos dispositivos intrusivos de la privacidad: micrófonos y cámaras de video colocados en los hogares, trabajos y en cualquier establecimiento donde ejerza el individuo alguna actividad.
Cada manifestación u expresión escrita u oral se encuentra bajo el estricto seguimiento y tutela de diligentes censores. A este efecto se conforma asimismo una serie de "listas negras" dividiendo a los ciudadanos en tres categorías posibles: leales, traidores y sospechosos de sedición. Comporta traición no sólo el no acatar estrictamente cada lineamiento ordenado por el Partido sino la ausencia de una demostración efusiva para con él. Son traidores también si no son suficientemente sumisos y gratos al Partido.
La propaganda y las persecuciones del Régimen generan tal pavor entre los ciudadanos que los hijos denuncian a sus padres, los padres a los hijos y los familiares y amigos se acusan entre ellos.
Todos temen. Los pocos que han sobrevivido al proceso de lavado de cerebro del Estado —que ejerce una pronunciada coerción psicológica sobre el individuo mediante estudiadas maniobras de "Ingeniería Social"— y que aún conservan cierta independencia de juicio y salubridad mental, no se atreven a cuestionar ni a resistir. De hacerlo —lo saben—, no sólo perderían lo poco que tienen sino su propia vida, haciendo peligrar al mismo tiempo a sus seres queridos.
Los días transcurren indefectiblemente sin variantes ni novedades para este sujeto ya arrollado, gris, aciago, sin esperanza ni ambiciones, sin futuro ni pasado. A tanta represión es sometido que ningún sentimiento quiere o puede aflorar. Su existencia se desarrolla en torno a las necesidades de un Estado voraz e insaciable, omnímodo y omnipotente, que lo considera sólo en tanto fuerza de trabajo; un ladrillo más en el engranaje de una superestructura metálica monolítica e infranqueable, impersonal e infinita.
Orwell, es cierto, plantea esta situación bajo un régimen de inconfundible signo totalitario y despótico. No obstante, el mentado escenario no es exclusivo a sistemas de tales características. Constituiría grueso error pensar que tal coerción no pudiera existir en la actualidad bajo gobiernos que en sus formas exteriores ofrecen algunas libertades mínimas; como en el caso de las democracias modernas de Occidente.
Huxley, por su parte, perfecciona el modelo propuesto por el autor de "1984", adaptándolo a las nuevas coyunturas en su conocida obra "Un mundo feliz". Así, entiende que el único Estado totalitario capaz de ser eficaz y vencer al tiempo no es aquel que urge de medios de sujeción directos (violentos o no) sino que proporciona a la población los elementos para su propia perdición y esclavitud. No sujeta y domina al pueblo mediante el temor y los grilletes sino mediante la "distracción" y un finísimo y casi imperceptible trabajo de Propaganda. Es decir, promoviendo tal libertinaje exacerbado entre la sociedad —en materia de costumbres— que el ciudadano no caerá en cuenta que sus libertades fundamentales han sido coartadas de hecho y de derecho. Por decirlo sencillamente: le serán suficientes, para conformarse, dos comidas abundantes al día, sufragar cada dos o cuatro años, vacacionar de tanto en tanto, y elegir cual de los 250 canales de televisión visualizar (creados y monitoreados por el Estado). Caerá, pues, en lo meramente accesorio, superfluo, pero jamás cuestionará al Sistema ni reparará en las cuestiones de fondo. Si acaso se sintiera afligido, deprimido o experimentara alguna sensación de vacío o dudas existenciales, no tendrá más que ingerir las drogas legales suministradas gratuitamente por el Estado, que actuarán en él como una potentísima inyección de energía, reestableciendo en su psiquis la —artificial—sensación de seguridad y armonía.
Al igual que en el mundo distópico que traza Ray Bradbury (desde su novela "Fahrenheit 451"), el cultivarse intelectualmente y pensar por si mismo lo hace a uno sospechoso de terrorista o levantisco; incorrección política ésta que, además de poder ser encarcelado y multado por el Estado (bajo leyes ad hoc convenientemente creadas a tal efecto), le traerá aparejada la condena social, viéndose así dañada notoriamente su imagen y posición Ínter pares, y, por esto, destinado a un ostracismo de hecho del que le será casi imposible volver.
Restringido el acceso a los libros, el Estado ha erigido una suerte de Centro de Estudios de la Etimología, confeccionado un diccionario propio, donde las palabras guardan el significado y la connotación que éste decida. Convenciendo al pueblo que la paz es ausencia de guerra armada, que libertad es poder elegir que color de remera comprar o a quien votar cada cuatro años (en una terna compuesta por Freddy Krueger o Jack el Destripador), que el progreso se mide en términos materiales (tecnología, ciencia, etc.) y que la felicidad es el hoy y el ahora —desligada de toda noción de trascendencia—, el Estado anula completamente al pueblo, convirtiéndolo en masa (amorfa, sin rumbo ni sentido), en un ente, sin que éste siquiera lo sospeche, asegurándose así un gobierno eterno, sin oposición ni potenciales descontentos o levantiscos, pues ha logrado controlar la voluntad y el inconsciente colectivo.
Si alguien osara reaccionar, será calificado de reaccionario; término que ha sido cargado con las peores connotaciones posibles. Este "reaccionario" será presentado ante la sociedad como alguien que pretende volver a la "barbarie" de tiempos pretéritos (que el Estado se ha encargado de criminalizar).
Criminalizada (y/o deliberadamente ignorada) la religión y el Orden Natural, el hombre que Huxley retrata —ya sin barreras morales contenedoras que encuadren su existencia y subyugado bajo lo que denomina dictadura científica— se auto inflige tal sobredosis de pasiones desordenadas que termina saturado, sofocado, desorientado y perdido. Acaba consumido y arruinado, preso del consumo desmedido, del avasallamiento informativo (y desinformativo, podría decirse). Preocupado por la propia subsistencia económica, queda ya sin energías, voluntad o tiempo para ejercer las facultades que le son propias: pensar, contemplar, desarrollarse intelectualmente, distinguir, dedicarse a las cuestiones fundamentales; resistir y combatir el mal y la injusticia.
No faltarán tampoco, al igual que bajo los regímenes comunistas, las operaciones denominadas "de falsa bandera" —orquestadas subrepticiamente por el Estado—, cuyo objeto no será otro que sembrar el terror en la sociedad, alertando sobre supuestas amenazas locales y/o globales -terrorismo, guerras inminentes, desastres financieros y ecológicos, etc.; operaciones cuyo resultado terminará arrastrando a toda la sociedad hacia los brazos del Estado, quien ficticiamente se erige como el único capaz de proteger a la ciudadanía.
La efectividad de este tipo de sistema —"totalitario encubierto" que parece identificarse con los estados modernos— es notable. El régimen opera con casi total libertad e impunidad; pocos resisten aunque éstos lo hagan enérgicamente. Los ciudadanos que no quedan anulados por los efectos del libertinaje extremo y la opresión económica, ceden al Estado su libertad y derechos ante el miedo de posibles catástrofes globales. Como ya hemos dicho, los pocos que no hayan caído bajo el yugo de alguno de estos y den cuenta de la manipulación de la que son objeto —ese núcleo ígneo—, serán perseguidos por el Estado bajo cualquier tipo de acusación; desde "nazis" hasta "golpistas" o "destituyentes".
Antes que novelistas, George Orwell y Aldo Huxley fueron hombres eminentemente políticos e intelectuales. Pero ante todo y por lo mismo, fueron atentos observadores de los hombres, de las coyunturas de los tiempos y sus signos.
Al momento de la confección de sus obras, ya habían irrumpido públicamente (de modo más o menos solapado) múltiples laboratorios sociales (por ejemplo, la Escuela de Frankfurt) y disciplinas orientadas y dedicadas a la modificación de la conducta del individuo con fines de manipulación social. Una de ellas fue la denominada "Ingeniería Social" (conocida popularmente bajo la denominación de "lavado de cerebro"). Otra fue la trepanación-lobotomía.
Agreguemos por último que ya se conocían las torturas psicológicas y experimentaciones farmacológicas empleadas por los soviéticos para quebrar y/o docilizar a los descontentos con el régimen.
¿Y que tendrá que ver todo esto con el INADI? En breve lo iremos documentando. •